EL CHE MÁS ALLÁ DE LA MUERTE

“DULCE y tenaz” como lo dijera Mario Benedetti, el Che sigue “bregando por la dicha del hombre”, en tanto los imperialistas se empecinan en padecer, cínicamente masoquistas, el pánico deslumbrado que obsesionó al soldado Mario Terán en los instantes en los que lo asesinaban en la Higuera, aquel 9 de octubre de 1967:

“En ese momento vi al Che muy grande, enorme, sus ojos brillaban intensamente, sentí que se me echaba encima y sentí un mareo”

“Póngase sereno-me dijo-apunte bien”

Era el minuto en el que más allá de los confines del espacio y materia, el héroe se enfrentaba inapelablemente al final. Volaba muy alto, mientras el desordenado soldado que le disparaba con su ametralladora norteamericana, se reducía a la más triste humillación. Recuperador de los mejores sentimientos humanos, la certidumbre de la pureza de los propósitos de su lucha y su insondable dignidad, desvanecían los fantasmas del miedo; su mirada subyugaba a quien le asesinaba. En esos instantes, Félix Rodríguez el agente de la Cia, y que cortó después sus manos, se quedó como alucinado mirando el cuerpo del Che perforado por los balazos.

“Al principio todos teníamos miedo, pero después lo fuimos venciendo y pronto aprendimos que la bala que oíamos zumbar no nos tocaría”, describe el Che, sus sensaciones iniciales en la guerra de la Sierra Maestra. No había mostrado miedo a la vida, no expresaba, aunque en su esencia seguramente no sentía, temor alguno a morir y si, una suerte de generosa piedad por el oscuro personaje que le disparaba y era solo un instrumento del imperio: “Ernesto dominaba el miedo, fue una costumbre suya, su forma de ser”, recordará, Ernesto Guevara Lynch.

El Che, si cabe aplicar la frase de Oscar Wilde, es “en cada instante de su vida todo lo que ha sido y todo lo que será”. En “Pasajes de la Guerra Revolucionaria”, vuelve a vivir los minutos en los que luego del desembarco del Granma en Alegría del Pío, es alcanzado por las balas del ejército de Batista y piensa que la herida es mortal: “Quedé tendido; disparé un tiro hacia el monte siguiendo el mismo pulso oscuro del herido. Inmediatamente me puse a pensar en la mejor manera de morir en ese minuto en que parecía todo perdido. Recordé un viejo cuento de Jack London, donde el protagonista, apoyado en un tronco de árbol, se dispone a terminar con dignidad su vida, al haberse condenado a muerte por congelación, en las zonas heladas de Alaska”. Vencedor del pánico, representa incluso en el minuto decisivo de la muerte, la dignidad del hombre nuevo, algo que los sustentadores del actual orden económico mundial. No lo conciben. Difícil que los autores de infiernos y suplicios, los creadores de “muñecos rabiosos “o de “payasos macabros”, como calificaba el Che, a Harry S. Trouman. El presidente norteamericano, que ordenó el lanzamiento de las bombas atómicas sobre Hiroshima y Nagasaki; descifren la concepción del hombre liberado que comprende que valió la pena vivir y está preparado para morir con dignidad. Menos, podrían advertir la noción del ser humano que defendido por el amor y amparado por su sentido de solidaridad es capaz de dominar y desvanecer el miedo. Acopio de tanto valor, decisión y sublime vergüenza tiene quien puede escribir en su memorable carta a Fidel. “Un día pasaron preguntando a quien se debía avisar en caso de muerte y la posibilidad real del hecho nos golpeó a todos. Después, supimos que era cierto, que, en una revolución, si es verdadera, se triunfa o se muere”.

EL DOCTOR ERNESTO GUEVARA DE LA SERNA ERA UN MÉDICO QUE VENÍA DE UNA DISTINGUIDA FAMILIA ARGENTINA, QUE ESTUDIÓ PARA CURAR EL CUERPO, PERO TERMINÓ CURANDO EL ALMA DE LOS PUEBLOS EXPLOTADOS Y OPRIMIDOS.

LIBERÓ A CUBA DE LAS GARRAS DE BATISTA Y ENTREGÓ SU VIDA COMO HÉROE Y COMO SANTO, PUES ASÍ LO BAUTIZARON LOS CAMPESINOS DE LA HIGUERA : SAN ERNESTO DE LA HIGUERA, DONDE HASTA AHORA LE VELAN Y PONDERAN SU PARECIDO CON JESÚS.

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