DESCONCIERTO EDUCATIVO: CRISIS EN EL PROFESORADO

A pesar de la aguda crisis económica que atraviesa el país, de aplicarse una sencilla pregunta a los aproximadamente 150 mil maestros fiscales del Ecuador: ¿Se ha planteado en más de una ocasión, abandonar la profesión? El porcentaje de afirmación sería asombroso. Lo que confirmaría aquel profundo deterioro físico y psíquico que sufre el profesorado.

Los factores que inciden en aquello son diversos, si de parte de los gremios que agrupan a los docentes no habido un pronunciamiento claro, a fin de contrarrestar esta problemática; que se podría esperar de directivos timoratos, nada empáticos y  solapadores de un sinnúmero de afrentas a los maestros, únicamente preocupados de cuidar su cargo.

El primer factor, docentes que realizan su labor con excesivas tareas administrativas: centralizadas y rígidas, porque el “papel todo aguanta” dicen. Desconocen la experiencia del docente en el aula y en su territorio, así ahogan la creatividad, limitando su autonomía. Cuando entenderán que hay que ser prácticos y no teóricos ya que cada hora empleada en el llenado de ese papeleo burocrático, es una hora menos en la preparación de clases innovadoras, aspecto crucial del éxito educativo.

Aunque los docentes sigan asistiendo a sus establecimientos, muchos han perdido la motivación y la pasión por enseñar, afectando negativamente la calidad educativa. Porque la carga y las rigideces son abrumadoras, con el consecuente impacto en la salud mental, un tema que escuetamente se aborda.

Antes de la Constitución del 2008: ¿Cómo era el sistema educativo ecuatoriano? De profunda inestabilidad, por decir lo menos. Entre la primera y la segunda ley educativa, de los últimos 14 años, ¿habrá habido una mejora sustancial? Aunque las intenciones podrían ser buenas; empero, si no hay inversión, simplemente  quedaría en eso… Mientras tanto, las decisiones que se ejecutan desde el Ministerio de Educación, dejan al docente como meros ejecutores de directrices ajenas a la realidad de cada territorio y aula.

Con este primer gran antecedente, los establecimientos educativos han abdicado de su principal función, que es la de enseñar, olvidándose de que la clave y el centro de la educación es la figura del profesor, convertido por obra y gracia de ciertos “eruditos” en un mero acompañante del aprendizaje: con un reducido número de estudiantes interesados por el saber, tolerando infinidad de irrespetos y mínimamente trasmitiendo conocimientos que trascienden. En este sentido, sobran pantallas en las aulas y escasean contenidos de verdad, por lo que no es nada extraño que cunda entre ellos la desmotivación, el desánimo y las ganas de abandonarlo.

Según la Constitución, la Educación en Ecuador es por Competencias, pero se planifican destrezas y se evalúan contenidos, frente a estos dos absurdos, tenemos algo más: Un currículo rígido, convertido en una actividad monótona y desvinculada de los intereses personales del estudiantado, que quizá impacta en una menor motivación y participación en el aula. Dejando un escaso margen para el desarrollo de las habilidades sociales o competencias esenciales tales como: la creatividad, el pensamiento crítico, la colaboración y resolución de problemas, habilidades tan fundamentales en el siglo XXI.

Con todo esto, van creciendo los problemas de convivencia en el entorno educativo, los docentes se  enfrentan a serias dificultades en su día a día: Agresiones de los representantes legales, presión por las calificaciones, falsas acusaciones, irrespeto hasta acoso laboral y, los directivos incapaces de imponer medios eficaces para prevenirlos o superarlos. Hay algo más, las instituciones que cuentan con DECE, enfatizan que no siempre es funcional, con la inclinación de la balanza a favor del agresor: Haciendo prevalecer los derechos y omitiendo elementales deberes.  

Devolvamos el rol preponderante al docente, como profesional de la educación, quién conoce las necesidades específicas del estudiantado y su entorno. Desterremos ese espacio cerrado, que impide adaptarse a las particularidades de su comunidad educativa y que limita su capacidad de innovación, coartando el potencial creativo de la enseñanza.

Fomentemos la cultura del esfuerzo y no despreciemos la  valiosa memoria, sin la cual es difícil que haya conocimiento. Cuando los estudiantes perciben lo que aprenden es significativo y relevante para sus vidas, los resultados son los mejores en todos los ámbitos de la educación. Y aquellos directivos con una carga horaria de 5 horas semanales, quienes se ufanan de dar cátedra, actúen con el cabal ejemplo, al menos en esa asignatura que imparten no incurran en la preterición de dos pilares de la enseñanza: la lectura y la escritura.

Concluyo con esta recomendación: flexibilicen el currículo y disminuyan la carga burocrática del papeleo, así desatarán el potencial creativo de las unidades educativas junto a sus profesionales, liberándoles de la oprobiosa camisa de fuerza dentro de la cual, hoy realizan esa denodada labor docente.

Así como en septiembre 2009, con los Dres. Antonio Santacruz y Jhon Ojeda al encontrarnos realizando el trabajo final del relevante Programa de Liderazgo para la Transformación Social (en donde tuve el agrado de conocer a la actual asambleísta Lcda. Fabiola Sanmartín) y ahí vislumbramos la creación de los Centros de Mediación, que años más tarde vio la luz. Hoy lanzo esta propuesta: Emulemos lo que ya hay en otros países, adaptándola a nuestro medio, algo así como una Defensoría del Docente, con un marco normativo que favorezca la convivencia escolar, frente a situaciones conflictivas y de violencia en las aulas. ¡Vale la pena soñar!

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