Empezamos diciendo que: “Si los ecuatorianos supiésemos tanto de cultura política como de fútbol, otro sería el cantar de nuestra endeble democracia”. Esta frase refleja una realidad dolorosa, pero cierta. En Ecuador, el fútbol ha logrado reunir multitudes y despertar pasiones, mientras que la política (motor esencial para el bienestar de la sociedad), permanece a menudo relegada al olvido, a la superficialidad y a la riña pendenciera. “Un pueblo que no se educa políticamente, es un pueblo susceptible de ser manipulado por sus gobernantes”; y eso es lo que precisamente hacen los políticos, con los incultos e iletrados, con los que no leen y con los que se desentienden de los problemas sociales del país. La FALTA DE CULTURA POLÍTICA es una de las principales causas de la debacle económica y social por la que atravesamos.
La política, como cualquiera otra actividad profesional, es una responsabilidad que requiere formación teórica y práctica. Es imposible ejercer con éxito una tarea tan compleja y fundamental, sin preparación. Sin embargo, en la frágil democracia ecuatoriana, para ser candidato a cualquier cargo público, las exigencias legales son mínimas. La Constitución y las leyes, elaboradas por una clase política, más seducida en sus propios intereses que en el bien común, permiten que personas sin preparación, sin visión, sin ética…, sin trayectoria, lleguen al poder. Según la normativa actual, para ser presidente y vicepresidente, basta con tener 35 años. Y para ser asambleísta, alcalde o concejal, basta con cumplir ciertos requisitos formales, como ser ecuatoriano de nacimiento, tener 18 años, y estar en goce de los derechos políticos. ¡Nada más! No se exige, en ninguna parte, que los postulantes sepan leer y escribir correctamente, ni que tengan conocimientos sobre política, historia, doctrinas, o sobre los problemas que nos aquejan. Esta permisividad es un claro indicio de que la política ecuatoriana está alejada de los estándares de formación que tienen otros países.
José Martí decía: “Todo pueblo tiene los gobernantes que se merece”. No podemos esperar que la democracia funcione adecuadamente si no cultivamos en la ciudadanía el sentido crítico y la capacidad de tomar decisiones informadas. Los ecuatorianos, en su mayoría, carecemos de una “alfabetización política” que nos permita entender el impacto de las decisiones electorales. La política se ha convertido en un juego de promesas vacías, de retórica fácil y de estrategias populistas en las redes. A menudo, los votantes elegimos a los gobernantes basados en afinidades o en compromisos personales o familiares, obnubilados por un populismo barato o por promesas que no corresponden a una visión realista del futuro del país. En este contexto, los ciudadanos nos convertimos también en cómplices involuntarios de un sistema que perpetúa la ignorancia y la corrupción.
Un auténtico político debe ser un estadista, una persona culta y educada en múltiples disciplinas que le permitan entender las complejidades del ejercicio público. Un candidato a la presidencia, a la asamblea o a cualquier otro cargo, debe tener conocimientos sólidos en política, historia, sociología, economía, finanzas, administración pública, derechos humanos, retórica, entre tantas otras disciplinas. De nada sirve que un candidato sea carismático si no posee los conocimientos necesarios para gestionar. La política, exige estudios y preparación constante.
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