En medio de la vasta cordillera, que adorna la geografía de la comarca cañari resurge imponente el Taita Carnaval, personaje mítico que vive en el corazón del cerro. Lleva su típico sombrero, con su ala de un metro de diámetro, hecho de piel de venado y, del cual penden cintas multicolores, accesorio para protegerse del viento, la lluvia, del sol o como arma de defensa personal ante posibles enfrentamientos. Su aguerrido pecho, está recubierto de una camisa blanca bordada. También tiene un morral o picsha, llena de comida.
En ocasiones, sus manos sostienen una veta de cuero con una guaraca (bola de piedra) amarrada en un extremo. Sus piernas están recubiertas por el zamarro, confeccionado con cuero de borrego; una colorida faja en la cintura, que sostiene la cushma (una especie de poncho) y las infaltables oshotas en los pies.
Este personaje mítico que representa la abundancia y la fortuna, viene caminando por pajonales, escondido entre la neblina del páramo y entonando melodías suaves, con el pingullo y el tambor (caja o redoblante) instrumentos musicales con los que invoca a los espíritus de la naturaleza. Suele aparecer en las casas, a la medianoche del lunes de carnaval, precedido de toda la fuerza y energía vital, luego de lo cual dejará su bendición o maldición.
Paseando por las casas de la comunidad, las familias lo halagan en un fraterno encuentro de convivencia, dejando un banquete, demostrando la apetecida gastronomía cañari: shilas de chicha, variedad de carnes (el típico e infaltable cuy), diversidad de frutos, a más de tubérculos (ocas, papas, mashuas, mellocos) para que él, se sirva.
Solo así recibirán el augurio de buenas cosechas para el resto del año, con la bendición del cushi o felicidad. De lo contrario, si es mal recibido dejará maldiciendo con el yarkay o hambre y pobreza, prediciendo la llegada de plagas, sequía, entre otras necesidades. Luego de degustar, pasea con alegría, mientras entona interminables estrofas del carnaval en español y kickwa.
El tambor con sus golpes no fuertes, invoca a la tierra, permitiendo que Taita Carnaval emerja desde sus profundidades de las montañas para vivir con alegría esta época de fecundidad y gratitud; cerros que a su vez son los generadores del agua y la riqueza que viene de las zonas altas. En cambio, el sonido del pingullo o pijuano, a más de cumplir el mismo ritual, evoca el sutil y diáfano canto de aves típicas de la región: tórtolas, quindes, gorriones y más, en aquel “despertar de la chacra”, preferentemente cuando el maíz, “alimento sagrado de los “dioses” al estar en “estado de señorita”, asoman los pistilos o pelos de choclo (flor femenina), al ser fecundada deberá ser fertilizada, generando la mazorca o fruto del maíz (kike).
El Apuk Raymi, Lalay Raymi o Carnaval (en términos hispanos) evoca más que un jolgorio o fiesta. Su connotación simboliza el florecimiento de la pachamama en aquella profunda conexión. Y, es el momento de retribuir ese sencillo gesto de agradecimiento a los integrantes de la Gaceta Cultural “El Vuelo del Cóndor”, quienes, en minga por la cultura de nuestro terruño, nos hemos trazado una cruzada solidaria, en no dejar morir aquellos legados ancestrales.
Por ello, no queríamos que pase inadvertida esta celebración, agradezco el virtuosismo artístico del maestro José Cela, con una nueva acuarela acorde a la ocasión y, en una forma de querer complementarla, se han recreado breves coplas carnavaleras para recitarlas en otras voces altisonantes, como las de Ángel o Héctor:
Solo por ser carnaval: Desde altos cerros, transitando vengo / y en cada paso suspirando / por una warmi cañari / no me agobies ni me desprecies / halajita guambrita… Si te adoro con ferviente devoción en mi corazón. Aaay cañarejita bonita, abrígame con tu calor y de este amor no te olvidarás.
Salí de mi cerrito, con poncho, sombrero y oshotas / con poncho, sombrero y oshotas / llegando a la plaza central / detrás de aquel ventanal / la ráfaga de tus lindos ojitos hechiceros / a mi corazón fulminó…
Cogidos de las manitos / juntitos a la chacrita iremos / para las bondades de la tierra, cosechar / y así nuestro amor, hacer perdurar.
Dentro de mi pecho llevo / la bravía de la estirpe cañari / Ari, ari (sí, sí) como ofrenda de amor a ti / si me toca: gota a gota / mi sangre derramaré / y tu verdadero amor, tener.
De los fríos páramos naces agua bendita/ y tú la resguardas en un pozo / donde acucioso la voy a beber / tan solo para un ratito volverte a ver / y así poder dejar de suspirar.
De cerro en cerro suspiramos / aunque no nos miramos / lo que sentimos y nos amamos / estas dos emociones/ las juntamos, en nuestros corazones.
Coplitas carnavaleras / A mi taita Carnaval / en mi tierrita natal / tres días como un vendaval / rapidito pasarán / y en el calor de mi casita con chichita, cuicito y un traguito por si hace friito.
Ya mi pluma no quiere escribir / será que lloró o se mojó / con agüita carnavalera / aunque me sienta morir / tengo más de un motivo para volver a vivir / y el próximo año, un nuevo carnaval /entre todos, compartir.
Acogiendo esas palabras de aliento del Reverendo Víctor Vásquez, quien, con expresión de afecto, me llama “pariente” y que su impronta literaria, intentamos emular, propongo que miremos con “ojos perentorios” los simbolismos y ritos de esta celebración y, entre todos ayudemos a encontrar creencias y valores profundos que guíen la vida de la etnia cañari, sustentando con más fe su religiosidad.
La comarca cañari posiblemente festejaba este ritual en una época que se iniciaba un ciclo de la chacra, el Jatun Pucuy: (gran producción/maduración). En ese mismo período y como parte de aquel carnaval, en algunas comunidades se realizaban “disputas o peleas” entre dos grupos contrincantes: cual rito de sangre o batalla, intentando controlar un espacio (pucará) o vencer a sus oponentes y al mismo tiempo verter la sangre, como un elemento de fecundación y producción para los cultivos, lo que llamaban el juego del Pucará.
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