EL CASO DE LAS PANDILLAS

«No somos pandilleros, somos aventureros que andamos buscando un mundo mejor»

Esto es lo que dijo Armando Pastuizaca, uno de los líderes de los DIABLOS ROJOS, agrupación juvenil que opera en las comunidades aledañas a la parroquia Nazón, del cantón Biblián, a donde llegó la Defensoría del Pueblo, para conversar con quienes, en el mes de octubre e inicios de noviembre, provocaron terror y zozobra no sólo en el cantón sino en toda la provincia porque se les acusaba de haber provocado la muerte de varias personas, cuyos cadáveres fueron encontrados en las vías.

Fue muy difícil contactar con los líderes. Luego de haberles ubicado, debíamos someternos a una serie de condicionamientos: Que vayamos solos, sin celular, sin grabadoras, sin cámaras fotográficas, que la reunión se iniciaría a las siete de la noche en un lugar señalado por ellos. Como el tema era tan preocupante, tuvimos que aceptar todas sus exigencias a conciencia, de que dada la alta peligrosidad que se les imputaba a ellos, estábamos poniendo en riesgo nuestra seguridad y vida.

El primer diálogo fue tenso, hubo cruce de palabras, que estuvieron a punto de terminarlo abruptamente. Debimos manejar el tema con excesivo tino y sagacidad, con serenidad y cabeza fría. Lo importante es que luego de 15 noches en que trabajamos de siete a once, venciendo el frío de la montaña, pudimos entendernos y terminar ganándonos su confianza y amistad, demostrándoles que nosotros no queríamos hacerlos daño, que no estábamos vinculados con la policía ni con ninguna autoridad de justicia.

Que representábamos a una institución que protege los Derechos Humanos como la Defensoría del Pueblo y que lo que anhelábamos es ayudarles, orientarles, guiarles, para juntos encontrar una salida al conflicto en que estaban inmersos.

Aseguraron no ser los autores de las muertes de que les acusan. Cuando les preguntamos si tenían armas de fuego dijeron que eran muy pocas, unas cuantas escopetas para la cacería de venados y conejos, que encontraban en las partes más altas. Que su problema radicaba en la falta de trabajo, que les ayude a conseguir empleo para ganarse honradamente la vida.

Les organizamos en grupos de música porque muchos tocaban instrumentos y cantaban. Conseguimos que luego de concluir las festividades de navidad y año nuevo, se organicen campeonatos intercomunitarios de futbol y ecuaboley, para lo que nos pidieron ayudarles a conseguir los premios y trofeos, lo que nos comprometimos solicitar a las autoridades locales y provinciales.

El problema está latente, cada uno de los grupos, que ellos indican son cuatro, que operan en Biblián, está formado por centenares de jóvenes, lo que vuelve mucho más complicado el asunto. Aseveran que no consumen droga pero si alcohol y cigarrillos que no aceptan en sus filas a niños ni adolescentes y que todos son mayores de 18 años, hombres y mujeres.

Uno de los jóvenes, cuando terminamos de tomar un café con pan que ellos me invitaron, me entregó un papel que me pidió lo lea cuando llegue a mi casa, contenía un mensaje que dice: «LA NOSTALGIA ES QUERER VOLVER A UN LUGAR QUE NUNCA EXISTIO». Lo he leído 10 veces y no puedo interpretar aún, que es lo que me querían decir, ojalá logre descubrir su significado, en el resto de vida que me queda.

Les confieso que, para la tarea desplegada, tantas noches de frio y desconcierto, jamás recibí órdenes de mis superiores, que lo hice espontáneamente, y lo voy a seguir haciendo, solo con el afán de contribuir con una juventud que clama, que alguien vaya en su apoyo, antes de que sea demasiado tarde.

El Estado tiene la palabra, y al decir Estado involucro a todos, porque todos somos Estado.

Lo que sí puedo asegurar, que desde hace un mes que emprendimos esta odisea, de la que no sé cómo voy a salir, no han vuelto a asomar más muertos en ese sector. Los lugares en que nos reunimos fueron: Cuitún, Yanacocha, Cachi, Gulanza y El Salto.

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